En las ciudades de la antigua Roma
convivían culturas y pueblos, en sus calles podían escucharse decenas
de lenguas que se mezclaban con olores de comida de todo el mundo. En
los tiempos del politeísmo, los diferentes dioses se confundían y
multiplicaban. Los viajes eran frecuentes y, muchas veces, lejanos. Sin
embargo, un reciente descubrimiento puede ampliar todavía más esas
fronteras. Un equipo de Museo de Londres ha investigado el origen de 22
individuos que fueron enterrados en un antiguo cementerio situado en el
sur de la ciudad utilizado entre los siglos II y IV de nuestra era y se
han llevado una tremenda sorpresa: dos ellos provenían casi con toda
seguridad de Asia, probablemente de China. ¿Qué hacían dos chinos
viviendo y muriendo en el Londres romano? Es un misterio al que, por
ahora, la arqueología no puede responder sólo señalar que estuvieron
allí.
"Estudiamos la morfología de los esqueletos", explica por correo electrónico la arqueóloga Rebecca Redfern, conservadora del Museo de Londres y responsable de la investigación en el cementerio de Lant Street, que será publicada en el Journal of Archaeological Science.
"Hemos utilizado técnicas macromorfoscópicas [un análisis forense que
permite determinar los ancestros analizando la forma de la cara y otras
aspectos morfológicos] y los hemos comparado con poblaciones actuales.
Nuestros resultados nos muestran que tienen ancestros asiáticos y que
estas dos personas no pasaron sus infancias en Inglaterra. Cuando nos
lleguen los resultados genéticos sabremos con certeza si son asiáticos,
pero por los datos que manejamos ahora estos individuos están más cerca
de poblaciones japonesas o chinas que de cualquier otro lugar”.
No es la primera vez que aparecen asiáticos en el antiguo Imperio —en 2010 se realizó un hallazgo muy similar en Vagnari, en el sur de Italia, confirmado además por el ADN—;
pero hasta ahora nunca habían sido encontrados en Gran Bretaña, que
entonces se encontraba en la frontera occidental de Roma. Las relaciones
entre Asia y Roma existían sin duda, porque las dos potencias
intercambiaban bienes y eran conscientes de su existencia mutua, pero
las pruebas arqueológicas son mínimas y muchas veces discutidas. De
hecho, algunos expertos como la bioarqueóloga de la Universidad de West
Florida Kristina Killgrove
han pedido prudencia hasta que se conozcan los resultados genéticos
definitivos. Pese a ello, en un artículo publicado en la revista Forbes asegura no tener "dudas de que personas de ascendencia asiática vivieron en diferentes lugares del Imperio".
"Hemos realizado numerosos estudios de esqueletos de la época romana
encontrados en Londres para determinar su origen y han revelado que los
residentes de Londinium tenían ancestros que provenían de una enorme
variedad de lugares de todo el Imperio, que incluyen el Mediterráneo, el
norte de África y ahora Asia", explica Redfern para explicar que se
trata de un hallazgo raro, pero tampoco extraordinario en una
civilización que era realmente global.
Las evidencias más sólidas de las relaciones entre China —entonces en manos del dinastía Han—
y el Imperio romano provienen de Asia: la principal prueba es un relato
chino del año 166 de nuestra era recoge la llegada de un embajador de
Marco Aurelio, emperador de 161 a 180. La leyenda de la legión perdida,
en cambio, nunca ha logrado ser corroborada con la arqueología: esta
teoría, defendida entre otros en los años cincuenta por el sinólogo de
Oxford Homer Dubs y sobre la que Santiago Posteguillo
ha escrito una novela que lleva precisamente ese título, es tan
apasionante como etérea. Según esta historia, una de las legiones que
Craso comandó contra los partos, derrotada en la batalla de Carras (53
a. C., todavía en la República), acabó en las estepas asiáticas. Hace
diez años se presentó una investigación del ADN la población china de
Liqian, una localidad situada en el borde del desierto del Gobi , cuyos
habitantes poseen un 56% de genes caucásicos y presentan rasgos
extrañamente occidentales. ¿Son los descendientes de aquellos
legionarios? También los habitantes de un valle de Pakistán dicen
provenir de los soldados de Alejandro Magno (de cuya presencia sí
aparecieron, en cambio, sólidas pruebas como la ciudad de Aï Khanun en
Afganistán).
Los romanos llamaban a los chinos Seres, el pueblo de la seda, porque
este producto estaba en la base de su comercio: enormemente codiciada y
valiosa en el Imperio, el secreto de su producción no llegó a Occidente
hasta el siglo VI a través de Bizanzio. Tal vez aquellos chinos de
Londres eran comerciantes, tal vez embajadores, tal vez esclavos, tal
vez ni siquiera eran chinos. En cualquier caso, el hallazgo del
cementerio de Lant Street no hace más que agrandar el misterio.
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